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Vivimos en una sociedad que no para. Todo ocurre rápido, todo exige respuesta inmediata, y sin darnos cuenta, el teléfono móvil ha pasado de ser una herramienta a convertirse en una extensión de nosotros mismos.
Y ahí, silenciosamente, aparece el tecnoestrés.
Ese malestar que no sabes explicar del todo, pero que se cuela en tu ánimo, en tu sueño, en tus relaciones… y que también te acompaña, aunque estés de vacaciones.
Por eso hoy quiero hablarte de esto. Con claridad, con conciencia y con cariño. Porque se puede vivir de otra manera. Y el verano puede ser el mejor momento para empezar a hacerlo.
El tecnoestrés es una forma de estrés que surge por el uso excesivo de la tecnología. Lo definió por primera vez el psicólogo Craig Brod en los años 80, y desde entonces no ha hecho más que crecer.
Se manifiesta en el cuerpo y en la mente: ansiedad, insomnio, irritabilidad, cansancio, falta de concentración… Pero sobre todo, en una sensación constante de saturación.
Y lo más curioso es que aparece sin que apenas lo notemos.
Cuando revisas el móvil sin parar.
Cuando te cuesta desconectar del trabajo aunque estés tumbado frente al mar.
Cuando sientes que “te falta algo” si no estás conectado.
Eso, cariño, también es estrés. Y tiene nombre.
No siempre se presenta de la misma manera. Estas son sus formas más comunes:
Nerviosismo, tensión o angustia al usar la tecnología o al no tener acceso a ella.
Personas que no pueden dejar de mirar el móvil. Que sienten que se “ponen nerviosas” si no responden al momento. Que no saben estar sin cobertura.
Ese agotamiento mental y físico tras pasar horas delante de pantallas. La mente se cansa. El cuerpo también. Aparece la irritabilidad, la desgana, la niebla mental.
La dependencia emocional. La necesidad compulsiva de revisar el móvil, el correo, las redes. Aunque no haya nada urgente. Aunque estés en la playa. Aunque estés con quien más quieres.
Porque el verano nos ofrece algo que no sabemos gestionar del todo: tiempo.
Tiempo para parar.
Tiempo para estar.
Tiempo para desconectar.
Pero si seguimos pegados a la pantalla, si continuamos respondiendo mensajes del trabajo, si seguimos comparándonos en redes, ese tiempo se convierte en una fuente más de tensión.
Y entonces… en lugar de descanso, llega el agobio.
Escucha tu cuerpo. Escucha tu mente. Aquí algunas señales claras:
Si has asentido a varias… es momento de parar.
No es una tontería. No es una moda. Y no se pasa solo.
Ese estado constante de alerta, de pendiente de todo, de no poder relajarte.
La comparación en redes puede hacerte sentir insuficiente. Menos que los demás. Menos feliz. Menos valiosa.
Las pantallas alteran tu ritmo biológico. La mente no descansa. El cuerpo tampoco.
Cuando estás más pendiente del móvil que de quien tienes delante… algo importante se está perdiendo.
No se trata de tirar el móvil al mar.
Se trata de recuperar el equilibrio. De habitar tu vida. De elegir estar contigo.
Aquí tienes algunas claves para empezar hoy mismo:
Decide cuándo miras el móvil. El resto del día, deja que la vida ocurra sin pantallas.
Una tarde. Un día entero. Sin móvil. Sin ordenador. Sin redes. Solo tú, la naturaleza, una buena conversación, un paseo lento.
Cada notificación interrumpe tu paz. Cuanto menos suene tu móvil, más escucharás tu interior.
Cocinar, leer, dibujar, caminar, respirar, escribir a mano. Lo analógico tiene un poder que hemos olvidado.
No tienes que responder enseguida. No tienes que estar disponible siempre.
Tu bienestar no es negociable.
El tecnoestrés no es solo un exceso de pantallas. Es una carencia de presencia. De calma. De silencio.
Y el verano es el momento perfecto para recordar que no necesitas estar todo el tiempo conectada para estar viva.
Desconectarte no es desaparecer.
Es aparecer en tu vida.
Volver a sentir.
Volver a disfrutar sin prisa.
Volver a estar contigo, con los tuyos, con lo que importa de verdad.
Haz de este verano un espacio sagrado para ti.
Y recuerda:
No se trata de apagar el móvil. Se trata de encender tu bienestar.